"El hombre mata callando"
Sobre un Reportaje a Eduardo Galeano
por Andrea Stefanoni

Una periodista amiga me invitó a entrevistar a Eduardo Galeano. Era lunes. A las siete de la mañana salía el barco hacia Montevideo. En tres horas cruzaríamos el río para encontrarnos con el autor de Las venas abiertas de América Latina, El libro de los abrazos y Patas arriba. La cita era en un bar muy antiguo llamado El Brasilero, todo revestido en madera, con retratos que colgaban de las paredes, algunos del propio Galeano. Llegamos temprano, recorrimos las calles de la zona del puerto. Comimos el infaltable chivito al plato uruguayo. Llegamos al café El Brasilero un rato antes de la cita. A las tres en punto llegó él, se acercó a la barra y saludó a las camareras y a los mozos. Cuando se dio vuelta le hicimos una seña, tímidamente, avisándole que estábamos ahí. Se acercó y nos saludó. Nos cambiamos a una mesa que daba a la calle, que es su mesa referida. Enseguida vino el mozo con el pedido. Galeano apuró el exprimido de naranja, casi sin despegar el sorbete de sus labios. Empezó la entrevista. Galeano no dejaba de mirar el grabador, como preocupado. En un momento llegué a decirle que todo estaba bien, que no se preocupara, que la cinta estaba corriendo bien.
Entonces nos contó que una vez, en Brasil, le hicieron una entrevista en portugués para una radio, la entrevista duró casi una hora y cuando la periodista hizo la prueba con su grabador para ver cómo había quedado el sonido, se encontró con una grabación sobre la vida sexual de las abejas. Nos reímos. Le dije otra vez que se olvidara, que yo me ocuparía de mirar el grabador, que sólo una vez le podía pasar algo así.

   

Las venas abiertas de América Latina están cumpliendo 35 años. Galeano dice que es un libro con el que se identifica todavía en lo esencial, que el libro no estaba equivocado y que la realidad le dio la razón en lo que el libro de algún modo preguntaba. Si el subdesarrollo es una etapa en el camino del desarrollo o es una consecuencia del desarrollo ajeno, es la pregunta esencial que el libro formula, entonces da datos como para empezar a responderse que no, que un niño y un enano se parecen pero no son lo mismo, que esta no es la infancia del capitalismo sino una suerte de vejez precoz, un producto deforme del desarrollo. No hay ninguna riqueza que sea inocente, y la riqueza de pocos se explica con la pobreza de muchos, y viceversa.

 

 
"Sigo apostando a la posibilidad de que haya otras soluciones que no sean tan violentas como la violencia que el sistema de poder practica cada día destruyendo vidas humanas, mutilándolas, sometiendo a países de maneras a veces muy violentas, como cuando bombardea Irak, y de maneras también muy violentas pero que no hacen ruido, como cuando se impone el hambre a través de un plan de ajuste. El hombre mata callando."

Mientras miraba de reojo, con la obsesión de controlar que la cinta
corriera, Galeano nos contó que en el exilio, su hija tenía un hámster en la azotea y a él le daba mucha pena que esté enjaulado, entonces, un día que estaban por salir, sin que ella lo viera, le abrió la puertita de la jaula para que fuera libre y para que pudiera caminar por ahí. Cuando volvió, horas más tarde, "el hámster estaba ahí, arrinconado en el mismo lugar de la jaula, temblando de pánico, temblando del miedo a la libertad. La libertad da mucho miedo. Al hámster y a nosotros también."

   

"La democracia es un sistema que permite que el pueblo decida su historia, su destino, y eso no se ha realizado claramente en ningún lado, todavía. Todo lo que se avance en esa dirección es bueno, pero sin que eso implique el sometimiento a ninguna norma preestablecida de democracia, que va naciendo a medida que se va haciendo, y por lo tanto admite diferentes caminos, y en estos últimos años hay muchos movimientos que han puesto el acento con toda razón en lo que se llama participación popular, protagonismo democrático, tratando de extender el concepto de democracia más allá de lo que sería el derecho de voto una vez cada cuatro años, algo que es importante, pero la democracia no termina ahí. En algunas cosas se
ha avanzado, hay un desarrollo democrático de base mucho más articulado que el que había hace algunos años.


Las voces establecidas, las del poder, son una rutina del eco perpetuo. La gente que ha estado siempre marginada, que no ha sido jamás escuchada, que es la gente que yo creo que de verdad tiene cosas para decir, que vale la pena escuchar para que uno las transmita, las contagie, sea capaz de recrearlas. Las voces malditas, las despreciadas, las no escuchadas. Las que no son previsibles, son las voces que suenan en esas bocas que se supone que no tienen nada que decir. A veces hasta mis buenos amigos de la teología de la liberación insisten en decir que son la voz de los que no tienen voz, algo que me parece un disparate mayúsculo. Todos tenemos voz. Todos tenemos algo para decir a los demás. Para no ser mudo hay que empezar por no ser sordo.

  La mejor definición que conozco sobre los medios de comunicación la leí en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires, en una pared que decía: Nos mean y los diarios dicen que ha llovido."

Galeano cuenta que cuando escribe las pequeñas historias las va tejiendo, "la palabra texto viene del latín "textum" que significa tejido, o sea que quien escribe, teje. Escribir es tejer. Cuando termino de escribir lo leo en voz alta y la música de las palabras me dice qué es lo que sobra y qué es lo que falta y luego la crítica de Helena, mi mujer, que es implacable, y que es también muy difícil arrancarle un elogio. A veces por error, o por distracción me elogia algo..."

Helena sueña muchísimo, es una máquina de soñar. Entra en la noche como si fuera un cine. Ella tiene sueños prodigiosos. Y yo lo que hago es robarle los sueños, porque los sueños míos son horribles, son sueños mediocres en los que pierdo un avión o tengo que hacer un trámite, son inconfesables, no puede haber un tipo que tenga sueños tan de mierda como los míos. En cambio los sueños de Helena son increíbles. El otro día soñó que estábamos los dos en la cola de un aeropuerto, donde están las máquinas que controlan los equipajes, y la máquina exigía controlar la almohada con la que habías dormido la noche anterior, la pasabas por una cinta y leía los sueños que habías tenido, la almohada guardaba los sueños de la última noche. Y Helena cuenta sus sueños en el desayuno para humillarme cuando empieza el
día, para que yo sepa cual es mi lugar en el mundo.

Nos despedimos con un abrazo en la vereda del bar. Caminamos hasta el puerto. Se largó a llover. Los relámpagos se reflejaban en el río. El barco parecía ir más lento que a la ida. Poco a poco nos alejábamos de Montevideo.


 
Andrea Stefanoni (Buenos Aires)