Homenaje a OLIVERIO GIRONDO

Por Guillermo Almeyra Casares (1)


Debo confesar, antes que nada, que soy un sobrino muy poco aprovechado y bastante desagradecido aunque, a decir verdad, el escaso contacto con mis famosos parientes pueda ser una explicación de que, en mi adolescencia, en realidad me importasen un pito.

 
En casa, sin embargo, se hablaba de ellos. Mi abuela paterna, María Esther Girondo, era la redonda hermana de Oliverio y mi madre, María Virginia Casares, era prima de Adolfo Bioy Casares y de Victoria Ocampo, de cuya revista Sur se hablaba de vez en cuando en la mesa, por lo menos cada vez que venía a casa Josefina Dorado, secretaria de Victoria, o algún escritor.

Por supuesto, en los años 40 descubrí la poesía (y con ella, los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía) pero, como el asno de Buridan, yo miraba más bien hacia la escudilla de Gerardo Diego o hacia el mucho más jugoso pesebre de César Vallejo , bajo cuya influencia estaba, hasta que, inmediatamente después de la guerra, me ganaron André Breton, Paul Eluard, Louis Aragon y el conde de Lautréamont a un surrealismo en versión porteño-romanticona del cual, por suerte, no queda ningún rastro escrito. Mi pobre abuela creía sin embargo que "el muchacho prometía" y llegó a infligirle a Oliverio la abatatada lectura de su nieto ensucia-cuartillas. Aún recuerdo la cara del poeta, que no sabía fingir, y que salió del paso con algunas frases sobre la necesidad de conocer la poesía ajena pero también de librarse de su influencia y lanzarse por sendas propias.

 
Mi relación con los tíos entonces en flor fue, por lo tanto, sólo la de un lector voraz y, ahora, es más bien la de un sociólogo que se pregunta cuál puede ser la razón de que Victoria Ocampo parezca contemporánea de Tutankhamón, Bioy Casares comience a esfumarse como el gato de Alicia en el País de las Maravillas mientras Oliverio Girondo, como Gardel, ¨cada día canta mejor¨ y vuelve a estar de moda, a más de 80 años de haber maravillado o escandalizado a sus contemporáneos.

¿Qué encuentran los jóvenes en Oliverio? No, seguramente, su biografía porque éste fue un representante típico de la especie hoy extinguida de las ovejas negras de las ¨buenas familias¨ que realizaban su viaje iniciático por Europa y el mundo, combinando su actitud de globe-trotter a la inglesa con su vida bohémienne de parisino del exilio platense. En cambio sí su actitud ante el mundo, el idioma, la cultura, esa mezcla de humor, sensualidad, ruptura con las normas, invención, protesta iconoclasta contra la solemnidad conservadora de la sociedad argentina. Basta pensar que al escribir que en Verona la virgen se asienta en una fuente como en un bidé, Oliverio escandalizaba a sus contemporáneos pero escandaliza también hoy a tantos, católicos o no pero, eso sí, respetuosos de las jerarquías, e incluso de las celestiales, por las dudas…

 

En una palabra, Oliverio es, como dicen los ingleses, disruptivo e incluso amablemente subversivo pues descongela las formas poéticas, hace explotar las palabras y, con su humor ácido y agresivo, pone dinamita en los resquicios de las relaciones.

Pero no voy a seguir aburriendo a nadie, entre otras cosas porque, como dice Juan Gelman, el funcionario debe funcionar y el obispo debe obispar; o sea, que corresponde al crítico, y no al escriba, criticar. Prefiero recordar a Oliverio con un aggiornamento de su exvoto A las chicas de Flores.

  Las chicas de Flores tienen desafiantes ombligos inquietos que recogen en su cavidad deseos y piropos cuando pasan. Tienen también mentirosos pantalones que prometen caer y nunca cumplen y, justo en la vía hacia el Paraíso Prometido –o el Infierno- tatuajes de dragones, signos misteriosos y mariposas multicolores que les abanican las nalgas.


Las chicas de Flores son púdicas y no tienen culo sino una colita, pero muestran que lo innombrable existe y con él ofician todos los días misterios y milagros.

Las muchachas de Flores, desde chiquitas, dedican sus tetas a San Goloteo y el menear artero de sus caderas, que desquicia la Paz y el Orden Constituido, al todopoderoso San Borombón, de nombre tan candombero.  

Las chicas de Flores no se pasean por la plaza hoy presa sino que atrapan a sus víctimas reflejando sus pezones en las vidrieras, que los multiplican y distribuyen urbi et orbe para mayor gloria de la humanidad doliente.


Las chicas de Flores te queman con sus ojos y con sus pasos tejen una invisible telaraña donde caen los que, en su surco, se acercan a escuchar la música de su cuerpo instrumento.

 
Por Guillermo Almeyra Casares (1)

(1) El autor es periodista, escritor, ensayista y trabaja como profesor - investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco, de México.