Historia de un entusiasmo
Reportaje a L a u r a R e s t r e p o
por Andrea Stefanoni y Damián Lapunzina -
Fotografías de Pablo Mehanna

Alguna vez cuando le preguntaron sobre su país Laura Restrepo respondió:
"Mírennos como un espejo de lo que puede llegar a pasar; mírennos como un espejo de lo que todavía están a tiempo de cambiar."
Es una de las escritoras más reconocidas en Latinoamérica. Autora de Historia de una traición, La isla de la pasión, El leopardo al sol, Dulce compañía, La novia oscura, La multitud errante y Delirio, novela galardonada con el Premio Alfaguara 2004.
Vivió en Buenos Aires en plena dictadura militar. Pasó sus años de exilio en México. Fue negociadora de paz entre el gobierno y la guerrilla M-19 en Colombia.
"A veces me preguntan: ¿usted todavía es marxista? y yo respondo que sí, hasta que me ganen para el Budismo Zen... ¿Uno puede dejar de ser y volverse otra cosa? Todavía no conozco nada mejor."

Tuve una infancia muy feliz, en un núcleo familiar: mi padre, mi madre y mi hermana. Llena de viajes, muy nómada, siempre estábamos viajando por todas partes. Mi padre no creía en la educación convencional, entonces mi madre nos metía en colegios y mi padre nos sacaba. Él estaba siempre preocupado
por que leyéramos, por que conociéramos los museos, los conciertos... fue una infancia muy libre y muy feliz.

Estudié filosofía y letras, hice un pos grado en ciencias políticas y
simultáneamente entré a dar clases de literatura como maestra de escuela. Empecé chiquita, a los 17 años, la mayoría de mis alumnos eran más grandes que yo, y también de otra clase social y a través de mis alumnos entré en contacto con la izquierda. Más tarde empecé a dar clases en la Universidad Nacional de Colombia, un sitio muy politizado, era la época de la revolución cubana, Mayo del 68', el movimiento campesino en Colombia, era casi ineludible entrar en esa euforia... el boom latinoamericano, muy ligado a todos estos procesos de renovación social. Ahí entré al trotskysmo. Al principio no tenía mucha idea, me metí porque uno de los dirigentes estaba leyendo En busca del tiempo perdido (Marcel Proust) y me
pareció que ése era mi sitio. No fue un mal criterio para elegir... (Risas)
Era un ala muy ligada a la Argentina desde entonces porque mi sector de trotskos eran los trotskos argentinos.
La consigna, lo que llamábamos la proletarización era ir a vivir a lugares populares, trabajar en fábricas, y era algo muy apasionante porque con lo partimentadas que son nuestras ciudades, era como entrar a conocer un sector de la realidad ajeno a ti. Nos apasionaba. Todos nuestros novios eran de otras clases sociales y recorríamos una ciudad que ni siquiera habíamos visto físicamente.
Los partidos políticos de izquierda empezaron a crear un vínculo entre mundos que hasta entonces quizá nunca se habían encontrado.
Entonces, como éramos trotskos teníamos que hacer la revolución en todas partes, y no contentos con no poder hacerla en Colombia pasamos a no hacerla en otros lados...

El primer sitio al que me mandaron fue España. Era un momento
extraordinario, estaba recién caído Franco, era la época de la apertura, ahí entré al Psoe (Partido Socialista Obrero Español), éramos como una fracción de izquierda, éramos la oposición, y eso nos dio cierta audiencia allá. Llegué a ser Secretaria General de una de las Casas del Pueblo que era donde se agrupaban las bases del Psoe, en un barrio obrero llamado
Ciudad Lineal y participé de toda la euforia de la apertura, de las
manifestaciones de millones de personas, todo el proceso de reconstrucción de la democracia. Estando allá empezó el proceso en Nicaragua y nos metimos de cabeza en eso
y formamos una agrupación que se llamó la Brigada Simón Bolívar, con militantes de todas partes, un poco siguiendo la tradición de las brigadas internacionalistas de la Guerra Civil Española que se fueron para Nicaragua.
Me alisté y empecé el entrenamiento, pero se necesitaban también personas que ayudaran a reclutar, entre ellos médicos, había mucha urgencia en Nicaragua de médicos y enfermeras. Algunos se fueron para allá, y entre los otros se repartieron las tareas, se necesitaba a alguien que viniera a la Argentina a reclutar médicos y enfermeras para Nicaragua, entonces me
alisté y vine Aquí me encontré con la gente del Partido que estaba en la clandestinidad, lo de aquí era un trabajo antidictatorial, con un periódico clandestino, con reuniones donde se informaba sobre los desaparecidos, sobre los presos
políticos, sobre las campañas que se estaban haciendo en el exterior sobre la dictadura. Estuve en la Argentina cuatro años, tres en Buenos Aires y uno en Córdoba. Años muy intensos y muy felices, porque, primero, pese al sobresalto de la situación, nunca me pasó nada, supongo que no hubiera sido tan feliz si me hubiera pasado algo. Y segundo, porque fue una época de
contacto muy estrecho con la gente, se creaban unos lazos solidarios de una calidad que posiblemente en otras épocas no se podrán volver a vivir.

En Córdoba nació mi hijo, Pedro, de padre argentino. En Buenos Aires ya se vivía una situación más fácil en la medida en que la criminalidad de la dictadura no era tan evidente, pero en Córdoba seguía siendo muy duro, una situación brava. Y sin embargo esos años cordobeses fueron muy lindos también pese a la etiqueta de sectarios que hemos tenido siempre los
trotskystas Lo que hacíamos era juntarnos a comer asaditos los domingos con peronistas, a los que jamás convencíamos ni intentábamos convencer, pero lo que nos unía a todos era el discurso democrático y antidictatorial, apoyábamos a las Madres de Plaza de Mayo. También aquí trabajé con estibadores de los muelles, por eso ahora me hace gracia ir a cenar a Puerto Madero, porque cuando yo iba eso era un botadero de cables, de fierros, de grúas... y en ese entonces con los pocos estibadores que quedaban en el puerto hacíamos reuniones. También trabajé con obreros de las galletitas, fue un bonito contacto entre el pueblo y la ciudad. Ahora, en estos días les pedí que me lleven a Bagley, que está cerrada, y a esas zonas de Barracas y de Pompeya que eran mis territorios. Hoy, parte del
placer de estar en Buenos Aires es que yo venía con mi padre cuando era adolescente, él era muy aficionado al teatro y al tango, y veníamos a esta zona de la ciudad, al Hotel Alvear, que a él le encantaba, pero creo que en mis épocas de militancia ni pisé por acá. Era otra la ciudad que habitábamos, y otro el panorama humano, geográfico, todo... Entonces es interesante para mi volver y tratar de recorrer la ciudad completa porque
en aquella época mi visión era muy fragmentada.

Me fui de aquí cuando el niño tenía dos años y medio. En muy buena medida porque aquel miedo que nunca sentíamos antes del niño, empezamos a sentirlo. Era una pesadilla. A los dos meses ya estaba en guardería porque yo militaba, pero la idea de que llegaran las cinco de la tarde y que ni el padre ni yo pudiéramos recogerlo se empezó a transformar en una
preocupación muy grande. Así que nos fuimos para Colombia, ya en ese tiempo el Partido se estaba desmoronando, coincidiendo con una época en que todos los partidos de izquierda se vinieron muy abajo, con la crisis también desde todo ese mundoque aspiraba al socialismo. Entonces me metí en el periodismo, oficio que siempre había practicado en la izquierda, porque donde yo llegaba me metían a trabajar en los boletines, en los pasquines, en los periódicos clandestinos, en los legales...
Así que allá entré por primera vez en una publicación que se llama Semana, una revista nueva, el director, Felipe López, hijo de presidente, nieto de presidente, tenía la teoría que quería hacer una revista de derecha con gente de izquierda. Ahí nos divertíamos mucho, las discusiones eran a muerte, para mi fue muy enriquecedor, es como que uno maneja preconceptos y era el momento de ponerlos a prueba, no es que yo cambiara mi manera de pensar, siempre la defendí y la defiendo todavía, pero sí como periodista tu tenías que rendir cuentas por lo que decías entonces sí hubo un enriquecimiento grande de las perspectivas. Luego la revista se puso muy de moda y los que trabajábamos ahí nos volvimos un poco figuritas y empecé a hacer carrera como periodista estrella dentro de un mundo en el que, por ejemplo, almorzábamos con el presidente, cenábamos con los ministros, y a mi me empezó como a gustar todo eso, hoy lo miro desde otro lado. Yo era la encargada de la sección de política nacional en esta revista y entonces la guerrilla empezó a pedir (en ese momento era M -19) una guerrilla muy popular, muy simpática, mucho más de propaganda armada que de hechos atroces, a diferencia de la de hoy que es una guerrilla muy fiera, muy antipática.
En ese tiempo la guerrilla empieza a exigir negociación y el presidente Belisario Betancur acepta la propuesta y se abre un proceso de negociación. Se necesitaban mediadores, entonces nombran una Comisión de Paz conformada por gente que tuviera el visto bueno tanto del gobierno como de la guerrilla. Yo nunca había tenido que ver con la guerrilla, porque inclusive como trotskos teníamos todo un credo muy contrario a la lucha armada. Si bien yo nunca había tenido que ver con ellos, la comisión tenía que ir a los campamentos de la guerrilla, mediar, llevábamos y traíamos razones buscando los términos posibles de un acuerdo, y ahí me apasioné mucho con eso. Cada encuentro con la guerrilla era un bombardeo, era un tiroteo, era una cosa tremenda porque había muchos militares en contra del proceso de paz, que era el primero que se intentaba en América Latina, entonces nos seguían a los comisionados para caerle a la guerrilla y todo terminaba siempre en unas situaciones muy explosivas, y eso lo fue volviendo crítico, pero al mismo tiempo el país empezó a acompañar a la guerrilla en su discurso de paz. Resultaba como muy deslumbrante que fueran unos muchachos armados los que ofrecieran deponer las armas y hacer que el país comenzara a vivir una situación de paz que no había conocido nunca.
Los del M -19 en ese momento dijeron una cosa que se cumplió, una cosa tremenda pero que ellos tenían clara, dijeron: "Los muertos de la paz los ponemos nosotros". Y así fue, cada vez que alguien entregaba las armas y que se acogía a la amnistía que daba el presidente lo asesinaban, y eso para los comisionados de paz comenzó a ser muy complicado, se empezó a restringir el espacio, porque desde luego la primera medida que tomaron fue romper el puente, hacer que las cosas volvieran a la situación de siempre, en una guerrilla aislada, en la selva, y una población acéfala políticamente. Además también empecé a estar en listas de gente que iban asesinando y a verme en situaciones muy delicadas. Finalmente la tregua se
rompió porque esta que llamaban la Comisión de dialogo, que era un grupo de guerrilleros que estaban ya actuando en la legalidad, sin armas, con intermediarios, estaban desayunando en una cafetería en la ciudad de Cali y les hacen estallar una granada y ahí estaba el que era en ese momento el principal dirigente del M -19, Antonio Navarro, y le vuelan una pierna, todos quedan muy malheridos.
A partir de ahí la represión contra todos los que habíamos tenido algo que ver con el proceso de paz se volvió insoportable y en determinado momento a mi me convocó la dirección del M -19, con quienes ya venía trabajando estrechamente y me dijeron: "te tienes que ir, no puedes volver a tu casa. Tú decides, o sales de aquí y te vas para el monte o sales de aquí y te vas para el extranjero". ¿Yo en el monte qué iba a hacer?, si nunca en mi vida había pegado un tiro... Así que logré hablar con mi madre, hacer que me llevara a mi niño, mi "argentinito" al aeropuerto y me alcanzó a llevar una maleta con todos los documentos, los testimonios, las grabaciones que yo había hecho como comisionada de paz.

Tenía el registro de todo lo que había sucedido, y la denuncia también de cómo la paz había sido sistemáticamente violada por un sector de los militares, con la anuencia del gobierno que había ido cediendo porque se estaba quedando muy solo en el propósito.

Me fui para México. Allí viví años de exilio, siempre trabajando para el M -19, haciendo viajes a España, a Centroamérica, a Francia para intentar que se volviera a abrir un proceso de negociación y ahí fue cuando escribí este libro, La isla de la pasión (reeditado en julio /2005 por Editorial Alfaguara) Me daba mucha angustia andar con la espalda volteada a un país tan fantástico. Entonces después de dos años de vivir allá sin enterarme de dónde estaba me dediqué a investigar y a recorrer México y a conseguir esta historia. Salió publicado al mismo tiempo mi primer libro que fue un reportaje llamado, al principio, Historia de una traición y luego Historia de un entusiasmo, sin que yo pudiera ir a Colombia a su lanzamiento, porque no podía entrar al país. Al principio ni siquiera sabía si lo publicarían, ya desde el título yo quería que se supiera que era una denuncia. La guerra colombiana tiene tantas caras y cambia tanto que los que estaban ya habían pasado de moda y a la gente que te quería matar ya los habían matado o eran otros los perseguidos, la cosa es que pude regresar a Colombia y ya era como que la vida de los libros había quedado clara. La historia de una traición nunca tomé la decisión de que fuera un libro, lo que sucedió es que a medida de que se rompía la tregua y eso dejaba de ser una cosa de moda, se empezó a volver peligroso e incómodo y los medios empezaron a no publicarme, inclusive la propia revista en la que yo trabajaba, razón por la cual renuncié. Y por eso salió este libro, porque no me publicaban en los medios.


¿Por qué cambiaste traición por entusiasmo?


El título lo cambié doce años después. Ese libro se vendió como pan caliente en Colombia, ninguno de mis libros posteriores han vendido tanto en Colombia. Era un libro que circulaba de mano en mano como una especie de contrainformación de lo que nunca se había dicho, de cómo habían sido todos esos crímenes, quien los había propiciado, cómo se habían roto realmente las negociaciones. Doce años más tarde cuando planteó Editorial Norma una reedición, lo volví a leer y caí en cuenta de que pese a que se había terminado con un baño de sangre y con la muerte de casi todos mis amigos y de la gente que había sido tan entrañable para mi, que yo también había pasado mi pequeña cuota con seis años de exilio, y que pese a todo, lo que quedaba era la memoria de esos días gloriosos que se habían vivido y por fin el pueblo colombiano parecía tener un encuentro con la paz y abrir un camino hacia una posibilidad de futuro. En esos doce años se habían abierto procesos de negociación y de paz en casi toda América Latina, en El Salvador, en Guatemala, en México, en la propia Colombia ese proceso había dado lugar a que se abrieran otros que si bien tarde o temprano también fracasaron, de alguna manera fue imponiendo una especie de noción generalizada de que la vía única posible era la paz, hasta ahora, porque este presidente tremendo que tenemos que está otra vez empecinado en ganar la guerra, con un costo de valor altísimo para la población civil y con una carta a los paramilitares que nos tomará décadas revertir. Bueno, me pareció que valía la pena cambiar el título, lo que quedaba en la memoria y lo que quedaba en el alma era el registro de esos momentos de entusiasmo colectivo, que ya ustedes sabrán que no los vive uno tan a menudo, no te lo regala la historia tan fácilmente.
Ya entonces empezó mi trabajo en la escritura siempre ligado a la política. Cada vez que hay una propuesta interesante no puedo dejar de oír los cantos de sirena y me meto. Cuando salió Delirio yo estaba trabajando en la Secretaría de Cultura de la Alcaldía, porque había ganado la Alcaldía un viejo compañero mío de izquierda, dirigente petrolero, que me pidió que lo acompañara y lo hice. De alguna manera todos los oficios, el de maestra, el de periodista, el de la política y el de los libros para mi siguen siendo la misma cosa, son distintos lenguajes para llegar a la gente.


¿Cómo fueron tus once años de investigación para escribir El Leopardo al sol?


Leopardo al sol es la historia de una vendeta entre mafias del Norte de Colombia, un sitio desierto que se llama La Guajira. Es muy interesante porque en ese lugar siguen habitando dos tribus que vienen de tiempos precolombinos, y de alguna manera allá los indios se vuelven contrabandistas, y sobre la red de contrabando de Marlboro, de electrodomésticos que montan las tribus empieza la mafia de la marihuana y posteriormente la mafia de la coca, son los mismos caminos.
Dos de estas familias tenían una vendeta atroz; cada vez que un miembro varón de la familia contraria cumplía catorce años lo mataban. La meta era eliminar a todos los miembros varones del clan contrario, y esto había dado lugar a una historia que los medios iban siguiendo, y además se habían vuelto dos poderosas familias de narcotraficantes, y con ese dinero desde luego la magnitud de su guerra iba creciendo. Yo había hecho varios reportajes sobre este tema y cuando regresé a Colombia una productora de televisión me propuso que hiciéramos una miniserie. Así que volví y recorrí y seguí atando cabos, pero con mucha dificultad por una razón; la mafia colombiana tiene mucho en común con la mafia siciliana y una de las leyes sicilianas que rigen también allá es la del silencio, no se cuenta. Entonces cuáles eran los códigos de honor de esta extrañísima mafia colombiana arraigada en este pasado precolombino, cuál era su sentido de la felicidad, a qué aspiraban, qué significaba para ellos el dinero, cómo era esa mezcla tan extraña de un mundo precapitalista y postcapitalista que se daba en estas figuras de los primeros narcotraficantes colombianos. Tardabas años en entender las pequeñas piezas del rompecabezas que nadie te quería contar. La miniserie se hizo, que fue la base de la novela que apareció posteriormente. La historia fue algo divertida cuando las familias se enteraron. Una de las familias se quedó en la marihuana y otra se pasó a la cocaína y desde luego la que empezó a ganar la guerra fue la de la cocaína que se enriqueció muchísimo más y empezó a derrotar a la otra y a acorralarla. La de la marihuana fue la que mantuvo los códigos de honor más indígenas y la que se fue quedando atrás. Mientras que los otros, los de la cocaína se metieron con el sicariato, con armamento y tecnología moderna y empezaron a ganar la guerra. Entonces llamaron a la productora y le hicieron saber que donde llegaran a sacar cualquier cosa sobre su vida volarían la productora con una bomba. Ellos ya habían volado periódicos, y era cierto, fue una época en la que nos despertábamos todas las noches con los estallidos de las bombas que ponían los narcos, así que la productora inmediatamente deshizo el negocio. Afortunadamente me quedé con los derechos de autor y me puse en contacto con el abogado de esta familia y le dije: "sé de la bomba que iban a poner en la productora, por eso les quiero decir que voy a escribir una novela y necesito que les avise a los señores, y también quiero que me digan qué me va a pasar." Yo estaba muy obsesionada con esta investigación, y me enteré que si bien la cara más vistosa de la vendeta eran estas familias, en general todas las familias de la Guajira tenían pleitos de este tipo. Y ya había recogido muchas historias que enriquecían enormemente el panorama, entonces lo volví ficción, un poco para eludir cambios de parecer de parte de estos señores, pero también, básicamente para poder enriquecer cada personaje de la vida real convirtiéndolo en una amalgama y volviéndolo así ficción. Así salió El Leopardo al sol. Como a los ocho días volvió el hombre y me dijo: "mire, le mandan decir los señores que ellos por ningún motivo van a querer que sus hijos y sus mujeres se enteren de su propia historia según la versión que la televisión quiera mostrar, cosa que ellos no van a permitir, pero que si usted quiere escribir un libro, puede escribir lo que le de la gana, porque total, los libros no los lee nadie."


¿Cuáles son tus referentes literarios, ésos libros que quedaron en tu memoria?

Creo que va por etapas. De todas maneras pienso que lo que siempre queda más marcado son los libros de la infancia. En mi caso fueron La Ilíada y La Odisea, primero en versiones elementales y después ya, como estudiante de filosofía y letras, en los textos originales griegos que los traducíamos en clase con mucha pasión. Las Leyendas de Arturo, libros que después volví a retomar con mi hijo y fueron la vía por la cual él entró a la literatura. También los libros de mi padre, él no terminó el colegio y sin embargo era un tipo muy culto, autodidacta, muy empecinado y muy formado con el auge de toda la cultura norteamericana de los años cincuenta, Truman Capote... mi padre era uno de esos lectores que involucraban a los demás en sus lecturas. Y cuando él murió yo retomé sus libros de cabecera y volví a leerlos con mucha pasión. En realidad quien siempre quiso que yo escribiera novelas era él, era un empecinado en eso, y llevaba como frustración que yo me dedicara a la política, que era algo que a él no le interesaba. Y en esos libros descubrí una especie de constante que era, lo mismo que habíamos vivido de niñas bajo su amparo mi hermana y yo, que era la solidaridad del clan, un clan solidario que atraviesa la adversidad y que siempre se cierra sobre si mismo, en el respaldo y en el cariño de los unos y los otros, frente a cualquier adversidad, llámese autoridad, o violencia... o cualquier otra cosa.Durante el trotskysmo fue la lectura sistemática del marxismo, leninismo, que fueron como el pilar de todo lo que después he hecho. Esa formación en el partido siempre fue como la estantería donde fui poniendo todo lo demás.A veces me preguntan: ¿usted todavía es marxista? y yo respondo que sí, hasta que me ganen para el Budismo Zen... ¿Uno puede dejar de ser y volverse otra cosa? Todavía no conozco nada mejor.Yo pertenezco a la primera generación de latinoamericanos que creció fundamentalmente leyendo a latinoamericanos. Ustedes imagínense la situación nuestra cuando éramos jóvenes y alguien llegaba y te decía: tengo esto! y te ponía sobre la mesa La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, y al otro día aparecía alguien con Pedro páramo, de Juan Rulfo, y de verdad vivíamos alucinados. Recuerdo cuando leía a Vargas Llosa con una tenacidad, desmontándolo pieza por pieza para ver cómo diablos era que ese hombre escribía esas novelas, ese sistema de cajas chinas, la pluralidad de voces... Y los desmenuzábamos con toda premeditación y alevosía para aprender, para ver cómo era que lo hacían.


Hace poco fuiste muy bien recibida en Trujillo, Perú. Se dice que estarías escribiendo algo sobre el poeta Cesar Vallejo, ¿qué hay de cierto en eso?


Vallejo había sido para nosotros un emblema. Salíamos a las manifestaciones a apoyar las huelgas de los bancarios con pancartas con la imagen de Vallejo. Vallejo reunía todo, el internacionalismo, la pasión por la política, y además, un extraordinario poeta. Era todo un mito, y siempre me llamó mucho la atención escribir su vida. después, cuando empecé a ir al Perú lo que descubrí fue la gran pasión de los peruanos por Vallejo, es muy conmovedora. Creo que en ninguna parten un poeta juega ese papel de cohesión nacional que irradia Vallejo en el Perú. Vallejo es de lo peruanos como ningún otro escritor es de su país. Entonces cómo entrar a un tema tan conocido y tan sentido por ellos. Así que quedó un poco aplazado el proyecto. Con lo que sí sueño es con escribir algún día una novela sobre el amor de los peruanos por Vallejo. La cantidad de historias y la visión que te da el Perú cuando sigues el hilo de Vallejo es muy seductora. También hice hace cinco años el peregrinaje al lugar de nacimiento de Vallejo, un pueblito que se llama Santiago de Chuco, que queda a diez horas de bus desde Trujillo y es un pueblo absolutamente congelado en el tiempo, donde no llega nadie. No hay muchos motivos para ir. Salvo los propios habitantes de Santiago de Chuco con quienes yo viajé, porque cuando se celebran las fiestas del apóstol de Santiago regresan todos, y hay una peregrinación muy bonita de los santiaguinos a su lugar de nacimiento. En la plaza de Santiago de Chuco hay un mural enorme en la alcaldía con la cara del poeta y del otro lado está la iglesia con el Santiagomatamoros, que es la otra gran figura del pueblo. Cuando vi la estatuilla dije: "Ay! Santiagomatamoros", y me dijo un señor que estaba al lado mío: "No, no son moros, son chilenos! (Risas).


¿Cuál es tu versión del puñetazo de Mario Vargas Llosa a Gabriel Garía Márquez?

No lo puedo decir porque creo que tengo la versión real. (Risas)


Bueno, danos la alternativa entonces...

La que sería deseable es... transitorias desavenencias entre hermanos... (Risas).


Esa es falsa...

Bueno, me dijiste que te de la ideal, es muy falsa! pero es la ideal.


¿Cual es el libro que tenés en mente y todavía no escribiste?

Uy! muchos, yo soy una máquina para inventarme libros, si fuera tan buena para escribirlos... Haría como Coelho! (Risas).
El otro día me acompañó Fernando Estévez, de la editorial, que es un tipo muy encantador a comprar unos cubiertos en San Telmo. Yo quería unos cubiertos de esos de antes, que eran herramientas de combate, esos pesados de cobre o no sé qué metal. Los compramos en un anticuario especializado en cubiertos, y el vendedor comenzó a mostrarnos las cajas de plata de 454 piezas, armarios completos, y empezó a contarnos las historias de las cajas de cubiertos, y salí de ahí alucinada con que iba a escribir un libro. ¿Tu te imaginas la familia en decadencia, comiéndose su polenta con estos célebres cubiertos de plata?